martes, 29 de diciembre de 2009

DESCANSA EN PAZ, PACO

Una guía perfectamente uniformada informaba a los visitantes de la Bodega Calem, en Oporto, que en breve se iniciaría el recorrido por las instalaciones, para lo que se iban a formar tres grupos: uno para españoles, otro que usaría el francés y el último para angloparlantes. Descartado el primero, hubo que elegir el del idioma que, además del castellano, la mayoría conocía, el inglés. Paco, que era de francés, rumió la derrota hasta que, por la noche, en un bar de la ribera del Douro, frente a los rabellos, típicas embarcaciones cargadas de cascos de vino, celebramos con risas el error de haber confundido el precio del vino, de 40 ó 50 años, que nos estábamos tomando: lo escrito en la pizarra (unos veinte euros de hoy) era lo que costaba cada copa, y no la botella, tal y como habíamos pensado. Entre los cuatro (Paco, mi primo Leo, mi hermano Enrique y yo), habíamos tomado dos botellas cenando, por lo que tuvimos que reunir todo el dinero que llevábamos encima para poder pagar la enorme cuenta. A mediados de los ochenta, en el Portugal de los pacotes laborais, de las reformas laborales, sucedió todo esto.

Este recuerdo y otros muchos llegan a la cabeza sin tregua. No es el más relevante, es el que ahora gana. Mientras, preparo los bártulos en Tacoronte para acudir a La Garita, a Telde, al funeral de Paco. Una llamada de mi hermano Enrique, el martes 22 de diciembre, fue la que anunció la muerte del otro hermano, Paco. Treinta años de amistad, desde la adolescencia, hasta la actual inmadurez. Otra llamada, a los pocos minutos, desde Suecia, de otro amigo, José, se solidariza con el dolor que nos aprieta; tenemos que cortar el teléfono, como ya lo hicimos mi hermano Enrique y yo.
Las mohosas sotanas laguneras - que la beca de una adinerada señora, creo de la propia Aguere, le permitió sobrellevar- lo empujaron, junto a otros compañeros, a las oreadas y prometedoras ropas de calle que, desde Vegueta, veían siete estrellas verdes sobre un país en el que la justicia y la igualdad sociales fueran la expresión terrenal de los deseos divinos. La TERECA, Teología de la Realidad Canaria, proclamaba el deseo de anclar a la tierra la reflexión teológica. Manuel Alemán, otro cura, de Agaete, concretó en Psicología del Hombre Canario la expresión laica de esa preocupación. Por lo visto, desde ese tiempo, en la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna, la evolución ha sido lenta; en la de Las Palmas, más bien como los cangrejos, por lo que irán ahora acompasadas.

Casi al llegar, aterrizó en una vigilia que, en la Catedral de Vegueta, homenajeaba al asesinado arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, en marzo de 1980, un hito en la Teología de la Liberación, en la lucha por los derechos humanos, en la llamada opción preferencial por los más pobres, modelo a imitar para muchos, desde luego, para Paco.

Después de algún tiempo, se ordenó como sacerdote y empezó un periplo que lo hizo recorrer las parroquias de El Doctoral, San Francisco y La Garita y Marpequeña. Durante casi todo el tiempo, compartió su labor pastoral, pegada al pueblo, con la enseñanza de la Religión, salvo un pequeño período en el que se le privó de esa actividad y decidió ganarse los garbanzos con diversas tareas, una de las cuales, vendedor de películas impropias, le valió una urgente reposición a sus labores en el magisterio.

Paco era un gran vacilador. La representación del lanzamiento y posterior estallido de un volador, sonido logrado con la interrupción del aire expulsado por la boca hecho con la mano derecha y culminado con una estridente palmada; y el golpe de la mano que asoma a través de la ventanilla del coche en la puerta y que se asocia a un inesperado impacto por despiste del chófer, eran dos de sus más conseguidas y reiteradas machangadas, de las que me declaro fiel aprendiz. Las imitaciones de personajes públicos, como Jerónimo Saavedra y Olarte (posteriormente, admirador confeso de Paco), también figuraron en su repertorio de vacilones. Si conocen a unos cuantos miembros de su familia, sabrán que era una cualidad inscrita en su ADN. Por cierto, una vez casi mata del susto a unas señoras en las Cuevas de Altamira, o en otras cercanas -no recuerdo bien- por un oportuno ladrido de imitación cuando el guía comentaba el parecido de una estalactita a un perro pequinés; unos niños que estaban cerca fueron severamente reprendidos por el guía. Varios lustros, duró la risa.

Vital y con determinación, un jiribilla incuestionable, no paraba la pata. Muchas veces, fuimos sólo a tomar café de Las Palmas a San Mateo, o una cerveza de San Andrés a Almáciga. Siempre estaba haciendo algo, yendo y viniendo; quieto, poco. Otra cosa era el deporte, que dejaba equivocadamente para otros. Los artilugios de todo tipo -emisoras de radio, pitas estridentes para el coche...- se hallaban entre sus modestas diversiones, que mostraba con alegría infantil cuando se trataba de alguna novedad llamativa. Una furgoneta preparada para vivir en ella, comprada de segunda mano y, poco a poco, mejorada, también fue pasión.

Pocas dudas, casi no recuerdo verlo titubear ante nada; radical en su pensar y actuar. En una bodega de Satautey, el bodeguero, lo llamaba cura macho, por su iniciativa y audacia. Como bien se recordó en su misa funeral de San Andrés, cuando habló, poco después de la toma de posesión, con el nuevo obispo de la Diócesis Canariense, Francisco Cases, le espetó, para empezar, que no le tenía miedo alguno. No olviden que fue activo miembro de una plataforma para lograr la designación de un obispo canario que sucediera a Ramón Echarren, lo que, con el nombramiento de Cases, no pudo evitarse. Otra cosa es que el vigor de esa lucha fuera en balde, la semilla no creo que cayera entre pencas de tunera.

El compromiso político con su país y con la clase dominada, difícil de expresar con claridad en una organización de jerarquía insoslayable, de pensamiento rígido y mayoritariamente conservador, le trajo más de un problema.
Como cura, por su extravagante conducta, costaba que muchos se lo creyeran, al menos, inicialmente. La extravagancia consistía en comportarse como cualquier persona que no fuera cura: vestimenta informal, bromas diversas, parrandas frecuentes... La verdad es que, en su favor, puede decirse, cuestionando la convicción popular, que no vivió como un cura. Lo mismo nombraba en la homilía a Carlos Marx, patrón de la clase obrera, que hacía una ofrenda a Secundino Delgado, padre de la patria canaria. No se trataba sólo de palabras, siempre estuvo al lado de los menos favorecidos y de la defensa del derecho a ser para nuestro pueblo. El dinero que tenía lo entregaba sin miramientos a quienes lo necesitaran. Gracias a esa costumbre, los herederos podrán dar fe de la fortuna que atesoró.
Izó una bandera canaria de siete estrellas en el mástil de su iglesia, primero; y una del arcoíris, después. Por la primera, se vio involucrado en una persecución rápidamente abortada gracias, salvo mejor parecer, a un colosal movimiento de solidaridad manifestado singularmente a través de Internet (http://www.elpuebloconelcurapacobello.com/).

El obispo de la Diócesis de Canarias, Francisco Cases Andreu, dijo, en el funeral de Paco en la iglesia de La Garita, que había que dejar para Dios las valoraciones sobre la vida terrenal; que él, el propio obispo, siempre tendría mayor confianza en el juicio divino que en el de los mortales. Yo, conocedor de las valoraciones de algunos mortales, y enemigo declarado de panegíricos, digo que, en vez de valoraciones, aquí quedan algunas constataciones: un hermano, un amigo, un nacionalista canario valiente, un referente en la Iglesia y fuera de ella, un hombre sencillo, del pueblo, que tuvo, que tiene, un millón de amigos y amigas.

Constato, también, la enorme satisfacción que debió sentir el obispo al echar agua bendita sobre la bandera canaria que cubría el pijama de madera de Paco, oír la atronadora ovación que siguió la colocación del paño tricolor de siete estrellas verdes por sus dos sobrinos, Melo y Pedro, y, sobre todo, pasar con báculo y mitra bajo el palio providencial de otra bandera nacional con crespón negro de casi cincuenta metros cuadrados, elevada por unas treinta personas a la salida de la iglesia. El Aguañak de Taburiente sonaba con orgullo electrizante. En el San Andrés lindo y pesquero, el de las blancas casitas, se repitió el acompañamiento trabajoso de la gigantesca bandera desde la iglesia hasta la avenida donde llegaba la maresía. Seguro que Paco, ni en sus mejores sueños vio tales imágenes. Son sólo constataciones; las valoraciones, para El Que Todo Lo Ve.

La ausencia de Paco nos va a acompañar a muchos hasta que llegue nuestra propia ausencia: la maldita parca es inevitable. Ahora, hasta que ese momento llegue, tenemos un ejemplo más en que apoyar nuestra lucha, que era la suya, la que hasta hace unos días llevábamos juntos, codo con codo, la de quienes tenemos, permítanme la paráfrasis, una opción preferencial por un país soberano e igualitario.
Hasta siempre, Paco. Como diría Benedetti, viviste adrede. Ahora, te conviertes en luz, nuevo faicán, que ilumina este pequeño y gran país. Esta Navidad de 2009 llueve también en nuestro corazón.

José Manuel Quintana Hernández

En Tacoronte, a 27 de diciembre de 2009

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