viernes, 27 de marzo de 2009

Respuesta a un S.J.

Respuesta a un S.J.


Respetado padre jesuita:

Me ha escrito al menos dos cartas. En una, quiere Vd. “equilibrar la fe adulta con la fe niña”. En la segunda, defiende Vd. con una piedad, a mi juicio algo manoseada, que en la Iglesia romana hay de todo: cizaña y trigo, y que no “podemos acusar a Roma de ser in solidum la sinagoga de Satanás”. Pues muy bien.

Yo diría más. Añadiría que etiquetar lo que es cizaña o trigo, es asunto del Padre. Por supuesto que hasta en el Vaticano puede haber trigo.

Me pide Vd. en su última carta, día 6 de marzo, que “publique su intercambio dialogal”. Uno de mis trabajos en fe adulta es contestar a los correos. El publicar colaboraciones o pláticas de lectores no es competencia mía.

Fácilmente comprenderá que la línea de pensamiento ofrecida en fe adulta, y en concreto la mía, no sea siempre acogida por todos los lectores. No sólo me animan los que sintonizan con mis reflexiones, también las críticas o puntualizaciones como las suyas, serenan mi tendencia ardorosa y me obligan a repensar. Hay incluso quien, desde Sudamérica, me animó a colgarme una rueda de molino del cuello y arrojarme al mar. Pero yo vivo y escribo frente al mar y compruebo que el mar está muy frío.

Roma. Vatican City State.

Dejo para otra ocasión el comentario sobre su intento de equilibrar fe adulta y fe niña.

Hoy hablamos de la Institución eclesial y su centro neurálgico, Roma. A la que Vd., como jesuita tradicional, defiende de manera especial.
Como cuestión previa, no conviene nunca olvidar que las grandes palabras como “Dios, Iglesia, Biblia, Revelación, Salvación,” y muchas otras pueden encerrar diversos significados. A veces, según quien las utilice, con sentidos muy distantes. Es decir cuanto más grandes los conceptos y las palabras, más equívocas.

A lo largo del Vaticano II quedó evidenciada la realidad sobre un tópico teológico vacío. Tópico bonito y feo, verdadero y falso, atractivo y repelente, falaz y seudo apologético, maligno y tranquilizante, empobrecedor y enriquecedor: el topicazo simplón y pietista de que la Iglesia es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Cinco palabras. Cinco vaguedades. Cinco medio verdades y medio mentiras (Por ejemplo, al decir iglesia ¿de qué hablamos?)

¡Cuánto daño nos ha hecho a los católicos la soberbia de ser miembros de esa Iglesia una, santa, católica, apostólica y romana!

Le voy a poner un símil: De niño viví y sufrí, como pocos y como muchos, la guerra civil española. Tras la victoria del católico dictador militar vino aquello de España Una, Grande y Libre. Después, a mí - victima y huérfano de la guerra - me hicieron el lavado de cerebro de ser ciudadano de esa España, Una, Grande, y Libre. Hasta que un día, ya tarde, reventó la nausea por los oídos, ojos y narices. A partir de ahí, empecé a ser mayor. Y hago lo posible para que no me engañen más, ni los unos ni los otros, ni yo a mi mismo.

Tengo la necesidad y la obligación de ser adulto. Sueño con conseguirlo, aunque sea en los últimos años de mi vida. No quiero morir como un niño. Y mi trabajo me está costando. No acepto más dueños, ni más reyes, ni de oriente ni de occidente. Quiero correr el riesgo de ser yo. Al menos, necesito el vértigo de intentarlo. Ya que entonces, no me dejaron ser niño, porque crecí a las puertas de un penal de Franco, tras cuyas tapias destrozaban a mi padre, ahora quiero ser un viejo adulto, lo más libre y lo más creyente posible.

Perdone el recuerdo vital. Es como una parábola sobre la Iglesia Católica, Santa, Una, Apostólica y Romana. Hay similitud sicológica: Patria e Iglesia Romana son dos superestructuras, como dos superyos rígidos que intentan esclavizar nuestra psique.

La Institución eclesiástica (lo que algunos llaman Iglesia) cuenta con un funcionarizado al que se le amaestró bajo un superyo eclesial, hasta conseguir una especie de raza humana jibarizada.

En la actualidad, uno de los problemas de la Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana es que ese clero comenzó a quitarse la sotana. (La sotana es un símbolo, además de unos grilletes) Y ya, sin el uniforme talar, poco a poco, muy poco a poco, comienza a salir de Egipto. Y no se sabe qué ocurrirá con una Roma sin sotana.

Dejemos, mi querido hermano jesuita, los sermones vacíos. Aceptemos la realidad. Y la realidad es múltiple. (¿No estudió Vd. el problema filosófico de lo uno y múltiple a la vez?)

Unidad en la fe. Sí, pero no puede ser excusa para defender un sistema de gobierno que corrompe la belleza y vigor del evangelio. La unidad no es arma para perseguir profetas y arrancar de raíz lo carismático. La unidad, hoy, excomulga al Espíritu Santo.

Es evidente que dentro de la supuesta unidad eclesial, subsisten dos corrientes muy diferenciadas e identificables. ¿O es lo mismo Ratzinger que Montini; el Opus que Jon Sobrino, Oscar Romero que Cañizares, las comunidades de base que los Kikos, la Catedral de la Almudena que la exParroquia de S. Carlos Borroneo, etc.? Ponga los ejemplos que quiera.

Santidad por la presencia del Espíritu de Jesús. Sí, pero no puede ser una tapadera para ocultar tanta desfachatez, tanta soberbia, tanta mentira y tanta doblez apostólica, diplomática y moral vinculada al sistema de gobierno eclesial romano.

Apostolicidad de la Iglesia. Sí, pero no compatible con, ni fundamento para la exclusividad y acaparamiento del poder.

Romanicidad de la Iglesia. No. Viene de Constantino, no de Jesús ni de Pedro. Roma es simplemente un icono turístico, ausente de valor evangélico. Una estrategia de poder. Nuestro hermano mayor, nuestra sede de referencia (que sí es muy conveniente que exista, dada la dimensión comunitaria-social de nuestra fe. No por imperativo divino) pudo estar en Damasco, en Constantinopla, en Jerusalén, en Burundi o en Cuba.
Roma para los católicos, es igual que fue Jerusalén para los Israelitas: una estratagema de David o Constantino.

No es el Papa lo que se cuestiona, sino el sistema que lo tiene cautivo. Un papa sustituye a otro, pero la Curia permanece.
Cardenal Joseph Suenens

El sistema es la Curia. Siempre tendremos todos que reformarnos y crecer en la fe, en el amor y en la esperanza. Pero es la Curia la que huele peor a corrompido. Es la Curia donde está el nido de zancadillas al Cristo de nuestra fe, como el patio de aquel templo lleno de vendedores y cueva de ladrones.

Decía yo en el artículo que Vd. comenta:

“La soberbia de Roma nunca tuvo descanso ni limites. Roma, ayer y hoy, fue y sigue siendo una trituradora de hombres buenos y profetas. Roma dedicó siempre mucho más tiempo a condenar que a oír, orar y dialogar. Desde Roma no se pastorea, se degüella. Así fue siempre Roma. Pero es nuestra Roma. Y en aquella ocasión, fue Roma la que sembró el desconcierto eucarístico que se traduce en la desbandada, apatía e ignorancia de hoy.”

Le recomiendo que lea Vd. dos libros. Uno, muy antiguo ya, Diario del Concilio, de Henri Fesquer (enviado especial de Le Monde), año 1967. Otro recién salido del horno: Verdad controvertida, de Hans Küng.

En ellos aparece la multiplicidad y la unidad, la santidad y la trapacería, y la urgente necesidad de que se nos caiga la piedad infantil. Y desde una madurez humilde aceptar como cruz impuesta por los poderes fácticos, esa Una, Santa, Apostólica y Romana Iglesia, más parecida al Sanedrín que se cargó a Jesús, que a Jesús.

Al Concilio fueron dos corrientes muy diferenciadas de iglesia católica. En el Concilio, el papa Juan dejó hablar a las dos. Muerto Juan, Pablo VI recogió velas y permitió que la curia volviera a imponer sus criterios. Mataron a Juan Pablo I. Llegó Wojtyla y aplastó a una de las dos corrientes. Ratzinger es creatura producida por el sistema, al servicio del sistema.

¿Cree, mi reverendo y creyente hermano, que la palabra Iglesia es palabra unívoca?





Luís Alemán

domingo, 22 de marzo de 2009

FUNDAMENTALISMO PAPAL

jueves 19 de marzo de 2009

FUNDAMENTALISMO PAPAL

Benedicto XVI ha visitado Africa. Cargadas las espaldas de occidente cristiano, ha llevado hasta el continente hambriento, enfermo, postergado, explotado, olvidado, empobrecido, el burka intelectual más absoluto, cegador y destructivo.

Frente a la riqueza multicolor de las celebraciones religiosas africanas, el Papa reclama ritos litúrgicos europeos. Y esa postura encierra un desprecio por la originalidad de un continente, un incomprensible racismo, una xenofobia humillante, un rechazo a la pluralidad pentecostal. El catolicismo que el pontífice representa cierra sus fronteras, se vuelve endogámico y hedonista. “Hay que imponer la liturgia católica frente a las exuberantes y alegres celebraciones africanas”

La Iglesia ha triturado a lo largo de la historia toda cultura no coincidente con los arquetipos occidentales. Ahí están los pueblos americanos, cuyas raíces originales se cercenaron en nombre del dios campeador, a lomos de un cristianismo esclavizante y destructor. La capa pluvial destronó el poncho, el gólgota truncó las vértebras andinas, el cáliz triunfó sobre el mate cálido y fraternal.

Africa es un continente enfermo. Anda la muerte engendrando huérfanos, doblando proyectos de cuerpos deshuesados, abatiendo esperanzas de treinta años escasos. Sida transmitido cuando el amor se hace carne, cuando el temblor del gozo más creador clava rejones en la sangre y se tala la negritud gozosa con la tormenta afilada de los virus. Y el Papa, de blanco vacunado, pectoral irredento, báculo de mando en plaza, capitán general de la verdad, emperador de dogmas excluyentes, condenando al preservativo en nombre de Dios y de la ciencia. “No ayuda al problema del sida, lo agrava” Lo proclama desde el corazón plastificado, desde la taxidermia farisaica, insultando a la humanidad por humana. Benedicto olvidado de Dios, del hombre y la ciencia. Sin capacidad de sufrir con el que sufre. Tiro de gracia disparado a la cumbre del mundo pisado, pisoteado en nombre de dios y de la ciencia.

Se nos muere el continente-arco-iris sureño. Resbala la muerte desde el orgullo europeo y vaticano. Pastosa y gris la muerte. Negra entre colores africanos. Negra de cultura negra. Despreciada, agredida, amenazada por el hombre blanco de blanco. Papa-móvil-escafandra. Chaleco antisida con diseño italiano. Anillo de oro papal incrustado en el hambre continental de la miseria.

Abstinencia para curar la herida infinita, el costado lanceado. El hombre carne sin carne. Sin amor el enamorado. Sin derecho al escalofrío, al temblor supremo de la comunicación suprema. Tal vez por negros, porque el hambre les crece en las raíces. El Papa condenando la alegría polícroma de Africa. Proclamando un Dios marrón y neutro. Hay que cultivar la virginidad. Centímetros dérmicos de vestales de ébano.

El Papa de Roma ha vuelto a la gloria de Bernini. Africa queda atrás, envuelta en un burka de lunas retrovirales.

sábado, 21 de marzo de 2009

LINCES EPISCOPALES

LINCES EPISCOPALES

Los Obispos tienen derecho a hablar y a disentir. Vaya por delante una afirmación que debieran tener en cuenta muchos comentaristas de acera y bocadillo o de tertulias sesudas.

Pero los Obispos deben tomar conciencia de que si hablan se exponen a que los demás mostremos nuestra discrepancia, les recordemos su historia no siempre lúcida y les preguntemos sobre muchas cuestiones oscuras relativas por ejemplo al dinero que manejan o a los criterios científicos que han guiado su historia.

Deben ser conscientes de que su opinión merece el mismo respeto, hablando en términos políticos, que la del albañil, el presidente de un consejo de administración o el boticario de la esquina. Arrogarse una superioridad absoluta que planea sobre toda cabeza viviente y pensante encierra una soberbia despreciable por anticristiana.

La jerarquía no es un poder del estado de derecho. Y como conjunto episcopal no tiene potestad reconocida para imponer criterios científicos. ¿Habrá que recordar los errores cometidos en el terreno de la ciencia por el magisterio eclesiástico? La Iglesia ha sido históricamente enemiga de cualquier avance investigador. La grandeza de Dios no puede erigirse sobre el empequeñecimiento del hombre.

Que el embrión sea un ser humano no está contemplado entre los dogmas de fe. Que el embrión sea un ser humano no está respaldado por la ciencia. ¿En nombre de qué dogma o de qué ciencia hablan los Obispos? ¿De qué enseñanza evangélicamente global se desprende la teoría episcopal sobre “niños desprotegidos” y linces sobrevalorados?

El cristianismo, señores Obispos, no es ciencia. Tampoco es –aunque resulte más rentable- magia. Da pena una jerarquía que convierte el evangelio en un refranero aplicable a toda circunstancia. Sólo cuando la Iglesia tome conciencia de la dimensión humana, será capaz de construir un cristianismo digno

El acto reproductor –lo digo a pesar de repetirme- no es un acto de tres: mujer-hombre-Dios. El acto sexual, reproductor o no, es una expresión de comunicación íntima, gozosa, donación graciosa y gratificante. Es el amor proclamado ante el universo, notificado a los árboles y las estrellas.

Aquí y ahora el mundo está amando al mundo y sosteniendo la historia como proyecto luminoso. Dios, no sé desde dónde, adorará la plenitud de su creación. Los Obispos prefieren codificar, condenar, anatematizar el sexo. Allá la Jerarquía fabricante de lunas enlutadas.

Los Obispos tienen derecho a hablar. Pero quien hace las normas por las que se rige un estado son los legisladores. La Iglesia no debe caer en el adoctrinamiento que condena en los gobiernos (Educación para la Ciudadanía, por ejemplo). Los derechos adquiridos como ciudadanos son expuestos a la opción libre de cada conciencia sin intromisión coercitiva de la Iglesia.

La interpretación sesgada de los acontecimientos no se compadece con la realidad sublime de lo humano. Corresponde más bien al estrabismo genético de las mitras.

Rafael Fernando Navarro

http://marpalabra.blogspot.com

domingo, 8 de marzo de 2009

ESPAÑA, TIERRA DE EVANGELIZACION

ESPAÑA, TIERRA DE EVANGELIZACION


“España es cristiana o deja de ser España”. Lo repite machaconamente el Cardenal Cañizares. “Se debe votar a los partidos que creen en el evangelio,” aconsejaban los Obispos gallegos en las últimas elecciones autonómicas. Los españoles tenemos que retrotraernos muchos años para comprender los planteamientos de un cristianismo golpista y añejo, impuesto desde la primacía mitrada y desde la soberanía del Pardo. Y no hablemos de regímenes bendecidos por la Iglesia porque se mecen en la memoria macarenas con bandas de Queipos torturadores.

España se ha descristianizado y por tanto hay que reevangelizarla. Los Obispos siempre se han caracterizado por su incapacidad de análisis y más aún de autocrítica. Evidentemente no somos lo que nos obligaron a ser. Nuestro esfuerzo nos ha costado y sentimos orgullo por ello. Pero la inmutabilidad anacrónica de la jerarquía no le permite avanzar, anclada en una calculada identificación de tradición y pasado. Y la imposibilidad de autoinculpación conduce a la conclusión sartriana de que el infierno son los otros. El hombre actual ha roto con el hermetismo existencial que le convertía en un dato y se ha abierto a la aventura de ir siendo provisionalidad para sí mismo.

La Jerarquía pretende un dominio absoluto y manipulador de Dios y del hombre. Vive inmersa en definiciones cerradas y estériles. Tiene miedo a las interrogantes e imparte respuestas categóricas, endogámicas y dogmática-mente definitivas. Ninguna sociedad moderna se hubiera arrogado la infalibilidad. Sólo la Iglesia, en su orgullo infinito y blasfemo, es capaz de apropiarse semejante dimensión. Depende así, no tanto del Dios-gracia, de la imprevisivilidad del Otro, cuanto de unos códigos reguladores, de unas imposiciones legales, farisaicas, hipócritas y destructoras del Dios-sorpresa de Abraham, del Dios-siempre-desconcertante de la cruz.

España ha dejado de creer en Dios –dicen los Obispos. ¿De qué Dios se trata? ¿Del dios cómplice que convierte en cruzadas actitudes criminales? Cuando Juan Pablo II visita Nicaragua recrimina severamente a Ernesto Cardenal su compromiso con una revolución liberadora. Cuando visita Chile le imparte la comunión a Pinochet. Cuando Videla, cuando Franco, cuando Strösner. Entre el Obispo Romero y Escrivá de Balaguer, ente Helder Cámara, Casaldáliga, Küng, Böff o Rouco, Cañizares, Gascó, Martínez Camino, la elección es clara. Entre la teología de la liberación y el código de derecho canónico, debe ser éste el que rija las relaciones verticales Papa-Obispos-mundo.

Se destruye toda fraternidad. Entre hombre y mujer hay una prelación que dimana de un dios misógino por antonomasia. ¿De qué Dios están apostatando los españoles? Deberían preguntárselo los Obispos, siempre poseedores de la luz, usurpadores de la aventura humana, dominadores compulsivos del Dios-hombre-peregrino, siempre a punto de ser, esperanza siempre, nunca espera, futuro dinamizador, nunca porvenir predefinido.

El hombre-creciente no contemporiza con un dios-jibarizado. El dios canónico, moralista y moralizante, estático y paralizante, bisturí de la libertad humana, desentendido de la pobreza, de la miseria económica y ontológica del hombre, envidioso de su quehacer constructor del mundo y de la historia, no puede ser el Dios de los profetas, de las interpelaciones y las interrogantes.

Señores Obispos: pregúntense por el hombre. Tal vez entonces encuentren la respuesta creadora, la palabra que fecunda el mundo en su devenir de luz siempre estrenada.
Rafael Fernando Navarrohttp://marpalabra.blogspot.com

El malo de turno

El malo de turno


Mucho se está diciendo últimamente en contra del actual papa Benedicto XVI, denominado Papa Ratzinger por quienes no le son afectos. Sus muchos dislates son censurados por plumas de diversa tendencia religiosa y social. No obstante, desde la perspectiva que me ofrece la aconfesionalidad, aun sin ánimo de alzarme en su defensa, me pregunto si esas críticas que contra él se lanzan no debieran dirigirse contra esa estructura piramidal que le ha llevado hasta la cumbre jerárquica.

Me pregunto si este papa no será el malo de turno de la Iglesia Católica, como hasta hace poco Bush lo ha sido del imperio USA, principal baluarte del capitalismo salvaje. Si tanto uno como otro no estarán haciendo las veces de cortinas de humo que sirven para ocultar lo verdaderamente malo, que no es sino las estructuras imperiales que los sostienen.

Durante el papado de Juan Pablo II, el nombre de Wojtyla ocupaba el lugar que hoy ocupa el de Ratzinger. En aquel entonces, quienes habían puesto sus esperanzas en el Vaticano II se referían al Papa Juan XXIII con el apelativo de “el papa bueno”, algo que de algún modo venía a decir que quien entonces reinaba no lo era tanto. En cambio hoy su connivencia con el imperialismo USA y las sanguinarias dictaduras de América Latina, que tantos crímenes cometieron y tanto sufrimiento causaron, apenas se menciona. Es como si las maldades del actual papa sirviesen para echar tierra encima de las que cometió su predecesor.

Personajes como Joseph Ratzinger los hay a montones en todos los estamentos que supuestamente se ocupan del bien común. Sus comportamientos suelen despertar las más acerbas críticas, tanto en el interior de la institución a la cual pertenecen como fuera de ella. Y no obstante son ellos quienes acceden al poder. Parece evidente que algo no acaba de ir bien en las instituciones humanas.

Pero en el caso de la Iglesia Católica cabe preguntarse si no es todo lo contrario, si lo que está ocurriendo en su seno no demuestra el buen funcionamiento de esta institución tal como la concibieron sus fundadores -o reconversores, si se prefiere- en el siglo tercero.

Porque de no ser así, dígaseme cómo pueden formar parte de la jerarquía eclesiástica personajes como los cardenales Cañizares y Rouco Varela, por poner sólo los que tengo más próximos. ¿Acaso han dado alguna muestra de humanidad y sentido evangélico en su quehacer eclesiástico, o más bien se han destacado por sus posicionamientos políticos de derechas? ¿Acaso Juan Pablo II no aseguró la continuidad ideológica de la curia vaticana con el abundante nombramiento de cardenales de tendencia similar a la de los mencionados? ¿Se equivocó al nombrarlos?

Mirando bien la relevancia que la Iglesia ha tenido a lo largo de los siglos no parece razonable pensar que pueda ser consecuencia de un cúmulo de errores sino más bien de muy pensados aciertos.

¿Acaso lo que se propuso Constantino al convocar su concilio fue llevar el revolucionario mensaje de Jesús hasta el último rincón de su imperio? ¿O fue instaurar un cristianismo domesticado, nada profético, dogmático, autoritario, clasista, en el cual las bienaventuranzas reales son los bienes materiales y la espiritualidad consiste en la contemplación del más allá mediante los goces que proporciona el culto a un Dios providente, cuya voluntad es poner en esta vida a los desheredados al servicio de los poderosos, para compensárselo luego en el cielo si han sido buenos, obedientes y sobretodo sumisos?

La consecuencia lógica del capitalismo es el neoliberalismo. La consecuencia lógica de un cristianismo hecho a medida del Imperio ha sido esta Iglesia Católica que lleva ya dieciséis siglos predicando un mensaje que se niega a asumir en toda su profundidad y amplitud: «Amaos los unos a los otros, bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados...» ¿Puede alguien indicarle al hereje impenitente que esto escribe, dónde encontrar estas enseñanzas en el modelo de vida que se proyecta desde el Vaticano?

Que nadie me cite encíclicas, por favor, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. De ahí que el evangelio nos remita a los hechos para discernir a las personas que los llevan a cabo, no a sus discursos.

Ahora bien, puesto que los hechos están tan claros que hace falta querer estar ciego para no verlos, cabe pensar si no es ésta la Iglesia que de verdad desea la mayor parte de la población católica actual: una institución poderosa, afecta a los amos del mundo que garantizan su subsistencia y la continuidad del culto, dentro de la cual unos santos hombres y unas santas mujeres dedican su vida a paliar los sufrimientos de las víctimas de esos mismos amos, lavándole así la cara a la cúpula vaticana y a quienes la siguen.

De ser como decimos, huelgan críticas, porque el triunfo de la Iglesia constantiniana resulta incuestionable. El Papa actual será más o menos hábil, pero no es sino uno más de los que ha habido y posiblemente habrá a lo largo de los tiempos, cuya misión no es otra sino hacer que la Iglesia Católica ocupe el primer puesto en el ranking mundial de religiones.

La pregunta que nos asalta es: ¿era ésta la Buena Nueva de Jesús?


Pepcastelló
http://lahoradelgrillo.blogspot.com/