jueves, 25 de diciembre de 2008

BIENAVENTURADOS LOS POBRES

BIENAVENTURADOS LOS POBRES


El Papa Ratzinger proclama que "las dificultades, las incertidumbres y la misma crisis económica que en estos meses están viviendo tantas familias y que afecta a toda la humanidad pueden ser un estímulo para descubrir de nuevo el calor de la sencillez, la amistad y la solidaridad, valores típicos de la Navidad".

La sencillez, la amistad, la solidaridad no pueden ser, Santidad, valores típicos de Navidad. No pueden identificarse con el turrón, el cava, los polvorones y los niños de San Ildefonso coronando a los nuevos ricos de diciembre. Hay actitudes que son, que deben ser, cosecha de todo el año, de toda la vida.

Las dificultades económicas que sufre el mundo tienen su origen en la injusticia, la soberbia, la codicia, la prepotencia de los ricos contra los pobres, la esclavitud elegante, pero esclavitud, que practican los poderosos contra la mayoría de la humanidad.

Y esta lacra debe ser enérgicamente denunciada y nunca aprovechada para retomar unos valores envueltos en celofán, exigidos en nombre de un Cristo falseado por traicionado.

África se muere de hambre, de sed, de sida. No vive por eso las mejores condiciones para sembrar valores que le están siendo negados por el mundo de la abundancia y el derroche.

Sólo en España, octava potencia, reserva de los valores de occidente y obstinadamente cristiana, seiscientas mil familias tienen a todos sus miembros sin trabajo. Parados producto de la crisis ambiciosa de los que han hecho de la riqueza mundial un patrimonio que sólo disfrutará el veinte por ciento, mientras el ochenta por ciento de la miseria conscientemente diagramada se amontona sobre las espaldas de una mayoría aplastada.

Hay dinero en el mundo, Santidad. Suficiente dinero para guerras preventivas, para explotar manantiales de petróleo, para invertirlo en sangre derramada y rentable que cotiza en bolsa, para construcciones faraónicas que rezuman sudor-albañil, para una emigración miserable y volandera que trae a los países ricos mano de obra barata e ilegal.

Esto es lo que hay que denunciar, Santidad, con todas las energías que proporciona un evangelio preocupado por lo profundamente humano. Pero evidentemente resulta imposible este enfrentamiento real con la injusticia desde las coordenadas de una Iglesia no comprometida en la lucha de los más abandonados, que asume la pobreza como un adorno, como un anestesiante de conciencia y no entiende por eso una teología de la liberación.

Su discurso, Santidad, suena a ironía, a afrenta, a escarnio. De las bienaventuranzas de la pobreza están excluidos todos los que no asumen al hombre como valor supremo ante un Dios que experimentó la hombría y todavía está entre nosotros. Ser pobre significa reconocer las limitaciones ontológicas de lo humano. Empujar a la pobreza constituye un genocidio al que no es ajeno la Iglesia.

NAVIDAD ES EL HOMBRE.


Rafael Fernando Navarro

http://marpalabra.blogspot.com

sábado, 6 de diciembre de 2008

LAICISMO Y SIMBOLOS RELIGIOSOS

LAICISMO Y SIMBOLOS RELIGIOSOS

Para ayudar a esclarecer el tema, pienso que hay que partir de la realidad. Y la realidad es que España es un país definida y predominantemente católico en su historia. El factor religioso ha hecho que, sin anular un pluralismo religioso existente y hasta el fenómeno de un cierto ateísmo, la vida y la historia de España se hayan configurado bajo la inspiración del Cristianismo, cobrando enorme relieve en su tradición cultural: literaria, filosófica, teológica, arquitectónica, artística, etc. En este sentido, se puede entender que la Constitución en su Preámbulo hable “De proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de sus culturas y tradiciones” y, también que “Los poderes públicos promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico y de los bienes que lo integran” (Art. 46).
En nuestra situación actual, España ha consolidado un Estado Democrático y de Derecho, dentro del cual “Todos los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de religión “ (Cap. II, Art. 14), por lo que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de las sociedad española y tendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones” (Cap. II, Art. 16,3).

1.Obviamente, por debajo de la aconfesionalidad del Estado, está como soporte y categoría ontológica, la laicidad, en virtud de la cual todos los españoles son y gozan de una misma condición ciudadana, sustentada en su dignidad de persona -con derechos y deberes derivados- . Somos pues todos laicos, también los católicos, como lo son los demás creyentes y no creyentes. Decir laicos en este caso quiere decir que todos somos iguales ante la ley y todos tenemos derecho a la libertad religiosa.
Al mismo tiempo, esta igualdad quiere decir que rechaza toda suerte de fundamentalismo excluyente (sea religioso, ideológico, ateo), pues el derecho, a obrar individual y públicamente de acuerdo con sus creencias, es de todos. Nadie puede reclamar que, en nombre del derecho a pensar y expresarse con libertad, se niegue a otros ese mismo derecho. Yo católico, tú mulsumán, tú judio, tu budista, tú ateo tienes derecho a hacer valer tu derecho a la libertad religiosa y no permitir que nadie te imponga el suyo denegando el tuyo.

En la práctica, desde la realidad pluralista en que vivimos, esto quiere decir que todos debemos trabajar con una visión de conjunto, humilde y realista: no estamos solos, convivimos con otros que en parte piensan y obran de otra manera. Debemos vigilar por el derecho y el deber de todos: si en una situación determinada alguien se siente lesionado en su derecho, debe reclamarlo y lograr que se lo atienda y respete. Pero tiene el deber de no invocar a priori la negación de su derecho, para denunciar y negar el derecho de los demás.
Tal realidad pluralista es la que nos vamos a encontrar a diario en proporciones variables, muy variables, sin que pueda arbitrarse una sentencia uniforme para todas.
Si cumplimos, como estamos obligados, y educamos como dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos “Para fortalecer los derechos humanos y las libertades fundamentales y favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todos los grupos étnicos y religiosos” (Art. 26,2), entonces está claro que toda situación -singular e irrepetible- deberá ser analizada, valorada y resuelta dando validez al derecho de cada uno y de cada grupo, con el criterio básico de integrar a todos, dentro de los valores que nos unen y nos diferencian.
Tal solución es tarea de cuantos participan y son responsables en la sociedad, pero más directamente de quienes la ejercen dentro de un Centro, Colegio o Entidad equivalente. Afirmar el propio derecho se hace afirmando el derecho de los demás. Es ahí, en la pluralidad tal cual se da, donde podremos todos, en diálogo, concordar una solución que sea democrática, justa y pacífica.

2. Que el Estado sea aconfesional no quiere decir que sea anticonfesional. El debe velar para que todos los ciudadanos puedan ver respetados sus derechos y cumplir con sus deberes. “Toda persona tiene derecho a la libertad de religión; este derecho incluye la libertad de cambio de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, Art. 18).
Este asegurar el Bien Común, es tarea del Estado.. Pero eso, no le exige ir contra el derecho de nadie, ni establecer unas normas generales rígidas, igualmente válidas para todos los lugares, pues serían seguramente inadecuadas e injustas, sino que siguiendo el principio de subsidariedad, le corresponde confiar en la laicidad y dignidad común de todos los ciudadanos, “tratando de asegurar a los padres que sus hijos reciban la formación religiosa y moral, que esté de acuerdo con sus convicciones” ( Constitución, Cap. II, Art. 27, 3) y de esa manera contar con la responsabilidad de quienes, desde la realidad inmediata, mejor conocen la situación y pueden resolverla con realismo y prudencia.

3. Bajando al terreno concreto, pienso que las situaciones plurales no debieran convertirse en situaciones conflictivas, si existe, como se supone, buen sentido, respeto, inteligencia, diálogo y voluntad de concordia entre todos.
En este sentido, no entiendo como adecuadas y positivas, las sentencias judiciales que, en determinados casos, se están dando con carácter supresor, simplemente porque alguno u otros ciudadanos protestan o dicen sentirse heridos en su derecho a la libertad religiosa y no respetar el carácter aconfesional del Estado. Ellos tienen derecho a exigir su derecho, a probar si se lesiona y exigir que se lo respete en la práctica. Pero no a requerir que, por su ideología o creencia diferente, se retiren por ejemplo los crucifijos de la escuela (cultura, costumbre, tradición, derecho de otros).
No es esa la cuestión. Quienes piensan o creen de otra manera deben reclamar conjugar su derecho y deber con los de los demás. Mientras uno se encuentre libre para obrar y manifestar como piensa, y así sea respetado, no tiene por qué exigir que a otros se les prohíba lo que él reclama para sí. A mí creyente, no me ofende que un ateo pueda expresarse como tal, pues uno y otro podemos compartir, aparte nuestras diferencias, principios y valores básicos sobre la dignidad y derechos humanos. Junto a la imagen de Jesús de Nazaret, me enorgullezco de tener la imagen del Che (llamado un Cristo político), pues entiendo que ambos concuerdan en valores de gran importancia y eso hace que los pueda encomiar y tener juntos como ejemplo.
A mí, ateo, no me ofende la imagen de un Crucificado en un aula colegial, por significar y recordarme una vida coherente hasta el extremo con la justicia, la igualdad, la libertad y el amor a los más pobres; ni a mí, creyente, me ofende la imagen de un Che en el mismo aula, pues me sobrecoge la heroicidad de su lucha que le llevó hasta dar su vida por la justicia y la liberación de los más pobres.
Esta cultura de comprensión, tolerancia activa e integración es hacia donde caminamos. Venimos ciertamente de un pasado donde las cosas eran de otra manera, pero por muchos y buenos motivos hemos ido cambiando, nos hemos hecho menos dogmáticos y excluyentes, y acabamos entendiendo que unos y otros somos libres - nada vale moralmente si es quebranta esa libertad - y que podemos convivir pacíficamente en el respeto, diálogo y cooperación, sin necesidad de excluirnos ni enfrentarnos.
Porque si es verdad que es mucho lo que nos diferencia, es mucho más lo que nos une y hermana.


Benjamín Forcano
Sacedote y teólogo

Empecinamiento clerical

Empecinamiento clerical


En la España del siglo XXI, donde la religión dejó ya hace años de regir la vida de las personas en la mayor parte de la población, el clero utiliza todos los recursos de que dispone para mantener sus privilegios. Uno de ellos es el censo de las personas bautizadas.

Habida cuenta de que a la mayoría de la población censada como católica fue bautizada sin su consentimiento dado que aun no tenía uso de razón, cabría esperar que ya en edad adulta las personas que no desean seguir siendo consideradas católicas tuviesen la posibilidad de darse de baja de ese censo. Pero parece que no es así.

Quienes contemplamos esta tenaz resistencia eclesiástica a reconocer la libertad de conciencia de las personas y aceptar la realidad de la sociedad española actual, no podemos sino ver en ella un acto moralmente censurable. Por él, la Iglesia Católica Española, constituida por la jerarquía y la feligresía que la sigue, merece la mayor reprobación de cualquier persona honesta que sienta respeto por la verdad y por los derechos humanos.

Porque si ese censo que tan ardientemente defienden fuese solamente un libro de recuerdos, una crónica de hechos que no trascendiese para nada a la sociedad actual, podría entenderse que quien lo custodia se opusiera a cualquier modificación que se quisiese incorporar en su tradicional uso. Pero no es así. Ese censo repercute en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y por ende, entre la población católica y la que no lo es.

Es difícil ser justos en un mundo injusto, pero es lamentable que quienes debieran dar ejemplo de afán de justicia, de lo único que lo den sea de egoísmo. Y es lamentable también que la población católica española no intervenga en contra de todos los atropellos que comete su jerarquía eclesiástica y apenas deje oír su voz. Discurso tendrán unos y otros para justificar su conducta, porque siempre hay palabras que justifiquen hasta las mayores bellaquerías, pero no son las palabras lo que define a las personas sino sus acciones. Una vez más nos viene a la memoria «por sus hechos los conoceréis».

La empecinada resistencia a aceptar normas de diálogo y convivencia propias de una sociedad humanamente evolucionada no es un buen método para sembrar la Buena Nueva. Con actitudes como la que comentamos, que no es más que una muestra de las muchas tropelías cometidas por la clerecía católica, la Iglesia ha perdido credibilidad entre la mayor parte de la población en los países donde dominaba socialmente.

Hoy solamente le quedan las almas incondicionales que no se enteran de las martingalas clericales o que aun sabiéndolo sitúan sus sentimientos personales por encima de los valores humanos. Esas sí; esas están dispuestas a mirar hacia otro lado con tal de seguir formando parte del pueblo escogido.

En fin, allá conciencias.


Pepcastelló

http://lahoradelgrillo.blogspot.com/