domingo, 26 de abril de 2009

RAICES Y FUTURO



En la historia reciente de España, la Iglesia no puede presentarse como modelo y guía, como empeño creador de futuro. No ha sido precisamente una fuerza dinamizadora, sino más bien una rémora.

La llevamos pegada a la piel los que tenemos por dentro caminos de vinilo, hundida en la memoria de la España oscurantista, de libertad secuestra, de expansión intelectual prohibida, de cuajarón repugnante, de bota militar, de silencio estrangulador del pensamiento, de muros fusilados al amanecer.

Bajo esta sombra de piedra hemos vivido la mitad de nuestras vidas muchos de los que hoy hemos conseguido construir un país alargado hacia el futuro. Necesitamos un mañana para los que nunca tuvimos un ayer. Una palabra de libertad para los que nunca tuvimos la libertad de la palabra.

Y en estas el Cardenal Cañizares, ministro encumbrado a Roma, nos exige crecer desde nuestras raíces cristianas, “porque si España las pierde dejará de ser España.”

¿De qué raíces hablamos, Cardenal? ¿De Reyes Católicos deportadores de árabes poetas, filósofos, médicos, arquitectos? ¿De inquisición hablamos? ¿Del Dios-Pelayo reconquistando grutas asturianas? ¿De intelectuales, literatos, artistas desterrados para siempre? ¿De Lorcas cruelmente asesinados? ¿De una Iglesia cómplice de generales golpistas, prostituida a cambio de privilegios indignos de quien se proclama seguidora del evangelio? ¿De una casta sacerdotal que delataba a los rebeldes del régimen para absolverlos a la hora del tiro de gracia?

Le aseguro que no hablo desde el odio, sino desde el grito de huérfanos, de viudas, de niños que nunca fuimos niños, de estómagos calientes con un avecrén semanal. Uno grita desde el dolor de pies dolidos, siempre peregrinos, hacia la libertad, desde la angustia de los que murieron cansados del cansancio de no descansar nunca.

Para evitar esa desintegración propone el Cardenal “que la Iglesia española despierte y ofrezca a la sociedad aquello que nadie puede ofrecer: una humanidad nueva, verdaderamente renovada que se construye sobre la base del amor, la justicia y la libertad.”

La Iglesia es quien primeramente debe sufrir una radical conversión. Debe sentarse alrededor de los valores humanos, asumirlos, compartirlos y ayudar en la siembra de un mañana fecundo de horizontes.

¿Tienen cabida en esa nueva Iglesia la mujer como valor autónomo, la hondura del amor incluso homosexual, el dinamismo de la ciencia como empuje hacia el gozo, la convivencia del hombre consigo mismo al margen de determinismos asfixiantes? ¿Asumirá la sexualidad como un temblor creador y no como un precipicio hacia el fuego eterno? ¿Está decidida la Iglesia a cooperar en la búsqueda limpia de caminos sin ángeles exterminadores, sin anatemas frustrantes, sin dogmatismos acomplejados de exclusividad? ¿Está empeñada en ser carne de mundo, voz profética contra la injusticia, prójima de los pobres?

Escuece lo escrito, pero escrito está. Buen viaje, Monseñor. Que la gloria de Bernini no se lo tenga en cuenta.



AZNAR, ORACULO DE EUROPA


Aznar se ha constituido en oráculo europeo. Dispensador magnánimo de una ciencia infusa otorgada a sí mismo, se cree autorizado para asegurar que Europa no puede desprenderse de sus orígenes cristianos, so pena de desaparecer como tal Europa. El Cardenal Cañizares, más modesto sin duda, se limita a hacer idéntica reflexión sobre el cristianismo original que sustenta la existencia de España.

El danés Andrew Fogh Rasmussen ha sido nombrado secretario General de la OTAN. Se trata de un mandatario opuesto frontalmente a la censura de las caricaturas de Mahoma que mantuvo su defensa de la libertad de prensa por encima de susceptibilidades religiosas. Y ahora en Harvard, José María Aznar sale en su defensa por el poderoso mensaje que su nombramiento encierra y que le corresponde al mandatario frente a los que no creen en la libertad. “Europa no debe nunca disculparse por sus valores ni renegar de sus raíces cristianas”. Los Gobiernos que se disculpan por unas caricaturas dan el primer paso hacia la rendición de las democracias ante el totalitarismo.

He aquí la postura absolutamente excluyente a que nos tiene acostumbrados el presidente de FAES. Desde la altura que le proporciona su capacidad intelectual, se siente en el derecho de mirar por encima del hombro y a despreciar todo aquello no identificable con los presuntos valores europeos. Europa debe mantenerse, como si del ombligo del mundo se tratara, dentro de sus límites históricos y no puede ampliarse hasta el infinito, porque fuera de ella no hay valores ni referentes que puedan enriquecerla. Más allá de Europa no hay salvación como no la hay fuera de la Iglesia. “Mal que le pese a algunos, Europa no se puede entender sin sus raíces cristianas”

Estoy convencido de que es demasiado pedirle a la formación intelectual del ex-presidente que distinga entre cristianismo y cristiandad. Porque lo que en realidad ha vivido Europa no es un cristianismo transformador del mundo, sino una cristiandad en cuyo nombre se han llevado a cabo las mayores tropelías.

Bajo la cruz convertida en espada se han cometido los crímenes más horrendos, se han librado guerras invasoras y fratricidas, se ha sometido a pueblos recién descubiertos descoyuntando su cultura, sus lenguas, sus costumbres.

En nombre de esa cristiandad se ha exigido paciencia y resignación a los pobres para que soporten la injusticia proveniente de los potentados remitiéndolos a un cielo consolador instalado siempre en otra vida. Bajo su estandarte se ha exigido silencio y conformidad a los estómagos necesariamente vacíos a costa de los cuales han comido los ricos. Bajo esa cristiandad se ha desposeído a los pobres del mundo con la consiguiente orfandad de agua, alimentos, sanidad, educación, posibilidades comerciales, desarrollo y plenitud.

Esa cristiandad, falsamente amparada en decisiones bíblicas, ha propiciado el sometimiento de la mujer hasta la humillación y el desprecio más absoluto. Bajo esa consigna se ha frenado la investigación científica cegando caminos de apertura hacia la plenitud humana.

Pero además se nos ha privado a todos de la alegría de ser hombres libres, enfrentados a la aventura siempre inacabada, sin predeterminaciones providenciales, seculares y laicos frente a la luz de cada día. Inyectada llevamos la pena como pecadores irredentos, destemporalizados en aras de una eternidad infinita, acumuladores de dolor y tristeza penitente y exculpatoria.

Defender y proclamar la cristiandad significa provocar la permanencia en el sometimiento del hombre ante el hombre. Los pobres, sólo los pobres, pueden devolverle al mundo la elegancia de existir.


Rafael Fernando Navarro
http://marpalabra.blogspot.com

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