viernes, 15 de mayo de 2009

EL “PENSAMIENTO CATÓLICO” CONTRA OBAMA


El rector de la universidad Notre Dame (Estado de Indiana), la más prestigiosa de las universidades católicas de Estados Unidos, ha invitado al presidente Obama a pronunciar, el próximo 17 de mayo, el importante discurso de graduación.

La invitación del rector ha alterado a buena parte de la citada universidad. Un grupo, bautizado “Escándalo en Notre Dame”, ya ha entregado al rectorado 344.000 firmas de oposición a la conferencia del presidente. ¿Por qué? Porque Obama es tolerante en cuestiones que contradicen la posición de muchos obispos: aborto, investigación con células madre, permisividad en el uso del preservativo.

Al comentar esta noticia, ni pretendo oponerme a los obispos, ni identificarme con Obama. Tampoco es mi intención pronunciarme sobre las cuestiones que motivan la oposición al presidente de Estados Unidos. De todo eso ya se ha escrito lo indecible y no soy tan ingenuo como para pensar que voy a convencer a unos o a otros en el reducido espacio de un artículo de opinión.

Lo que sí me parece que puede interesar a los lectores es recordar que las cuestiones, que tanto alborotan a la universidad Notre Dame -y a tantos miles de católicos en todo el mundo- son “cuestiones debatidas” en la sociedad y, por tanto, sobre las que no existe un consenso en la Iglesia, ni siquiera entre los obispos.

Lo que ocurre es que, como la postura del Vaticano es tan intransigente sobre estos asuntos, son muchos los obispos, muchísimos los sacerdotes y religiosos e incontables los laicos que, por respeto (¿miedo, a veces?) a la Curia Vaticana, no se atreven a pronunciarse públicamente.

En todo caso, es importante saber que las “quaestiones disputatae” en la Iglesia no son, ni pueden ser, cuestiones de fe. Porque, como dijo el concilio Vaticano primero (a. 1870), “deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios..., y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas” (Denzinger-Hün. 3011).

Ahora bien, los asuntos discutidos, entre laicos y clérigos, teólogos y obispos, no reúnen estas condiciones. Por tanto, si son cuestiones disputadas, son cuestiones de las que se puede disentir sin que eso lleve consigo apartarse de la fe de la Iglesia o incurrir necesariamente en pecado.

Es importante tener esto claro. Porque hay gente de buena voluntad que tiene la idea de que todo lo que dice el papa es “verdad de fe”. Lo mismo que hay quienes piensan que el papa personalmente, prescindiendo de lo que piensa y cree el conjunto de la Iglesia con sus obispos, puede decidir de modo definitivo en toda cuestión surgida en asuntos relacionados con la fe y las costumbres. Pero no es así.

La última definición dogmática, que un papa ha pronunciado en la Iglesia, fue el año 1950, cuando Pío XII definió el dogma de la Asunción de la Virgen María. Y es bien sabido que aquel papa procedió a pronunciar la definición después de preguntar a todos los obispos del mundo si él podía definir tal dogma. Y sólo lo hizo cuando recibió la aceptación de todo el episcopado católico.

Con esto quiero decir que ni los discursos o encíclicas de los papas, ni siquiera la doctrina del concilio Vaticano II, nada de eso es doctrina de fe. Porque ninguno de esos documentos, ni siquiera los del último concilio (que Juan XXIII lo planteó como un concilio pastoral, no dogmático), son definiciones dogmáticas de la fe de la Iglesia universal.

Y me parece que es importante tener esto muy claro siempre. Pero más en este tiempo nuestro en el que abundan los grupos fundamentalistas religiosos, que se empeñan en imponer como religiosamente obligatorios determinados puntos de vista o doctrinas en las que se puede disentir de lo que dice el papa o el obispo, sin que por ello se incurra en una desviación de la fe y mucho menos en un pecado de herejía.

Los grupos fundamentalistas religiosos son una de las amenazas más serias que tiene el mundo en estos momentos. Por supuesto, cuando se trata de fundamentalistas violentos hasta el extremo de traducir en muerte sus ideas personales. Porque son grupos de fanáticos. Y nunca me cansaré de repetir lo que sabiamente ha dicho Amos Oz: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”.

Pero el peligro no viene sólo de los terroristas que matan con bombas y pistolas. Si terrorismo es infundir terror, no deberíamos olvidar que hay muchos procedimientos para aterrorizar a otras personas. Se puede infundir terror con la palabra, sobre todo cuando se habla con la pretensión de que se habla en nombre de Dios. De ahí que pude ser muy peligroso el terror que se infunde en misas, direcciones espirituales y reuniones piadosas de la más alta “espiritualidad” (?).

El terror es una forma de violencia. Y la violencia no se puede ejercer contra nadie, por más que eso se pretenda hacer en nombre de Dios. ¿Qué Dios es ése en cuyo nombre y con cuya presunta autoridad se le mete miedo a la gente, se ejerce violencia y se crean divisiones y enfrentamientos?

Pero, sin llegar a tanto, protesto aquí también por los comportamientos de todos los que, basados en argumentos religiosos que no son obligatorios por fe ni siquiera para los creyentes, anteponen sus puntos de vista discutibles a algo que es indiscutible: que no se deben poner más dificultades a quienes, como es el caso del presidente Obama, con sus limitaciones y defectos, presenta un proyecto de acercamiento entre pueblos y culturas, de mayor justicia y menos sufrimiento en el mundo.

José M. Castillo www.feadulta.com

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