domingo, 20 de diciembre de 2009

LOS PRUDENTES...


Esta claro que esta no es una “virtud” teologal… La prudencia que tantas veces es asumida con vehemencia por muchos, no solo en la Iglesia, no es más que permanecer a la espera, no dejar que la vida fluya sino mantener una distancia para que esta, la Vida, no te salpique.
Mi amigo, mi hermano, mi compañero de camino, que lleva ya 25 años en esto, salió enfadado de Lanzarote el pasado martes… Cuando intentábamos hacer una lista de gente dispuesta a poner su nombre, solo a eso, a poner su nombre se encontró con otra lista: la de los prudentes. Llamamos algunos y a otros, ni lo intentamos, pues ya dábamos por hecho que querían reflexionar, meditar, orar, rehacer, pensar y todos esos verbos que al calor de la prudencia ayudan al sujeto a no posicionarse, o mejor dicho, a posicionarse lejos de todo lo que les pueda afectar.
Y miren por donde, tantas veces que he experimentado el mismo enfado por posturas parecidas me lleva a compartir con ustedes esta reflexión.
No pertenece a Dios la prudencia. (Hasta el nombre es feo. No sé si esto me viene por una compañera del instituto que así se llamaba, aunque bastante guapa era muy antipática…) Actuar con precaución para evitar posibles daños, esta es su definición; la prudencia, no pertenece a la realidad creadora de Dios, que dejando en nuestras débiles manos el paraíso, tardamos muy poco en convertirlo en un infierno. No evitó posibles daños sino que se dejó llevar por un amor apasionado a la obra creada y en nuestra maravillosa libertad hemos sido capaces de ir trabajando a lo largo de los siglos para que podamos empujar la historia hasta sus entrañas de misericordia. Y así desde que el mundo es mundo, Él ha ido actuando en el corazón de su pueblo, de su gente para que lanzándose a nuevos caminos buscaran la tierra que mana leche y miel. Y así, Abraham imprudentemente se aventuró a dejar su tierra, su parentela y la casa de su padre y se puso en marcha; la hospitalidad del desierto aprendida a lo largo de los siglos sirvió a Abraham para recibir en su tienda al mismo Dios, que le regaló un hijo que de nombre tenía que ver con la sonrisa… Tranquilos no voy hacer un recorrido por la palabra de Dios porque sería muy pretencioso por mi parte pero si que me apetece descubrir, en Moisés, los profetas, las huellas de un Dios que se deja llevar por amor, tal es así, que a su pueblo que tantas veces renegó de Él, abrió siempre las puertas de su corazón para seducirle como un joven seduce a su doncella apasionadamente aunque ésta, haya sido una auténtica “puta” …
No pretendo un nuevo artículo en el credo, de nuevo otra broma, pero si que suelo compartir con la gente la necesidad que tenemos de ir llenando el Credo que aprendemos de memoria de experiencia de Dios; Creo en un Dios que se aleja de la prudencia de Jonás, (auque sea él el que marcha lejos), y perdona a su pueblo como tantas veces lo ha hecho y lo seguirá haciendo. Creo en un Dios que actúa por amor, y aquí, amigo mío, no cabe la prudencia… Porque es en el amor, que vemos como dice Juan en su carta, el que nos permite saber que estamos vivos, Vivos en la Vida, que se hace verdad cuando Aminetu Haidar tiene ovarios para ponerse en huelga de hambre arriesgando su vida porque quiere un mañana de libertad para sus hijos, para su pueblo; se hace verdad cuando no calculamos tantas cosas y nos lanzamos a estar en las causas perdidas, con los que sufren, con los que lloran, así que hermanitos amemos las virtudes teologales, la esperanza, la fe, el amor, “la mas excelentes de todas” como nos dice Pablo.
A veces que andamos tan preocupados con un vosotros o un ustedes, con un quítame allá ese pan que si no tiene gluten no es valido para la eucaristía, me parece que nos falta mucha imprudencia, mucha libertad para seguir Aquel que cometió la gran imprudencia de Dar la Vida por nosotros…

Sergio Afonso Miranda, párroco de Hoya La Plata y Casa Blanca, Las Palmas

viernes, 11 de diciembre de 2009

LA VIDA ESTÁ ANTES QUE LA LEY

La huelga de hambre de la activista saharaui, Aminetu Haidar, trae de cabeza a media España. Esta mujer ha tomado la firme decisión de morir de hambre antes que ceder a los intereses del Reino de Marruecos, que no está dispuesto a conceder absolutamente en nada que ponga en cuestión sus intereses económicos en el Sahara Occidental.

El Gobierno Español ha hecho numerosas gestiones, al menos, para convencer a Haidar de que, siquiera de momento, se deje alimentar para salvar su vida. Pero, por lo visto, ella está dispuesta a inmolarse por salvar a su pueblo de los atropellos a los derechos y libertades que la ONU les ha querido garantizar repetidas veces.

Los políticos españoles andan consultando a los juristas qué es lo que se puede hacer en un caso así. Un caso que, según parece, no está expresamente previsto en las leyes vigentes. De ahí las consultas a los expertos, para encontrar una justificación legal a la situación planteada por esta mujer.

Yo no discuto si ella es libre para inmolarse. Como cualquiera puede ser libre para suicidarse. Las leyes no entran en eso, porque ¿qué castigo se le va a imponer a un difunto? El problema más inmediato está, a mi manera de ver, en si, cuando se presente un caso así, lo primero es el "imperio de la ley" o lo primero es la "protección de la vida".

Pues bien, planteado así el problema, la solución - desde el punto de vista cristiano - está muy clara: lo primero en la vida es defender la vida, asegurar la vida, dignificar la vida, proteger la vida.

Por eso, según el Evangelio, cuando Jesús encontraba a un enfermo o un lisiado, aunque la Ley religiosa lo prohibiera, el enfermo quedaba curado. Porque, para Jesús, la vida está antes que la ley, aunque sea la Ley Divina.

¿No tendríamos que ponernos todos de parte de esta mujer, para defender su vida y su noble proyecto, por más que quizá no estemos de acuerdo con los procedimientos que Haidar ha adoptado para lograr lo que pretende? ¿Qué criterios rigen nuestras convicciones más hondas? ¿Los criterios emanados del Derecho Romano o los criterios que propone el Evangelio?

José M. Castillo en www.feadulta.com

martes, 8 de diciembre de 2009

¿A QUÉ ESTÁIS ESPERANDO? MEDITACIÓN DE ADVIENTO SÓLO PARA OBISPOS

¿Qué os ha ocurrido queridos hermanos Obispos? ¿Quién os ha cerrado los ojos? ¿Cómo no oís el clamor de este Pueblo que busca guías fieles y ejemplos evangélicos?

¿Habéis olvidado vuestros días de fervor? Os imagino orando con fe reventona, con el clamor del Evangelio en las entrañas, con el amor al Pueblo de Dios apretado a la cintura hasta confundirse con vuestra propia carne.
¿Qué pasa cuando os nombran Obispos? ¿Qué cambia en vuestro interior? ¿Por qué os dejáis uncir como silentes bueyes a la uniformidad, al paso lento, al pensamiento único, a los arcaicos signos y estructuras? Eso no es unidad, hermanos míos, eso es claudicación ante la permanente llamada del Espíritu renovador. ¿No sois vosotros los adalides del Evangelio? Pues deberíais ser los primeros en reflejar el permanente dinamismo de la vida: "He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
Sin embargo, os percibimos atrincherados e inmovilizados bajo el incienso de vuestros turiferarios. ¿Os habéis fijado -por ejemplo- en quiénes conforman vuestros Consejos? Con los laicos contáis poco, pero los que escogéis son siempre los bailadores del incensario. No toleráis los distintos, críticos, disconformes, heridos, perdidos o buscadores. Habéis borrado de vuestro particular evangelio a los "zaqueos", "magdalenas", "mateos", "leprosos", "paralíticos", "cananeas", "adúlteras", "bartimeos", "samaritanos" y demás gente sospechosa. Os encanta rodearos de doctores, escribas y fariseos.
Por supuesto, la oveja perdida ya falleció de cansancio, desorientación y hambre hace mucho tiempo. "Porque voy a poner en este país a un pastor insensato, que no se preocupará de la oveja perdida, ni buscará la que anda descarriada, ni curará a la herida, ni alimentará a las sanas; sino que comerá la carne de las más gordas y no dejará ni las pezuñas" (Zac 11,16).
Podría seguir con Ezequiel 34, pero de sobra lo conocéis. La Escritura debería, al menos, cuestionaros.
Hoy sólo quiero invitaros a meditar sobre vuestros signos, vuestra apariencia, vuestra imagen ante nosotros y ante el mundo. Bajo la pesada losa de la uniformidad e inmovilismo canónicos os amancebáis con la pompa, el lujo, la púrpura, el boato y la profanidad. ¿Os sentís cómodos con vuestras coronas, cetros y tronos? Un sirviente no necesita ostentosa corona. No es propio, no es adecuado, no es digno. Su entrega, su servicio y su sudor son su auténtica diadema.
Un pastor bueno escucha, conoce y camina sencillamente entre sus ovejas: "Conozco a mis ovejas y ellas me conocen" (Jn 10,14). No se ciñe picuda corona, ni se fabrica relucientes cetros, sino que apoya su cansancio en un palo, que eso es un cayado.
Si queréis ser guías, mostrad con vuestro ejemplo la luz del Evangelio. No os endioséis en tronos y sitiales que nos confunden y abochornan. No aceptéis palio, baldaquino o dosel para ensalzar vuestra dignidad, porque nada de eso necesitáis para vuestra misión. Es muy difícil percibiros como apóstoles porque no sólo habéis caído en la ambición de vuestra carrera eclesiástica: "uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mt 20,21), sino que os habéis subido al mismísimo trono divino con la excusa de que sois sus representantes, sus vicarios, sus apoderados, sus mediadores, su autoridad.
Vuestros signos no son los del Señor: "El más pequeño de vosotros ése es el más importante" (Lc 9,48). "Ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón" (Mt 10,10). ¿Cómo podremos reconoceros con tanto disfraz?
Rechazad toda apariencia de poder! ¡No os es lícito convivir con esa concubina del encumbramiento, el fasto y oropel! Vuestra legítima esposa es la Iglesia, este Pueblo fiel que os busca y os ama a pesar de todo…
Buscad los signos del Señor: "Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. No será así entre vosotros, sino que, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos" (Mt 20,25).
¿Cómo podéis haceros llamar Santidad o Santo Padre? ¿Por qué no os habéis conformado con el “servus servorum”? ¿No sois vosotros los especialistas en Escritura? Sus palabras son nítidas y transparentes:

- "Sólo Dios es Santo" (Mt 19,17).
- "Tú eres el único Santo" (Ap 15,4).
- "Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto" (Mt 4,10).
- "No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria" (Sal 115).
- "Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el Mesías. El más grande de vosotros que sea vuestro servidor. Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado" (Mt 23,8).
Y lo cantamos a voz en cuello: "Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, solo Tú Altísimo Jesucristo" (Gloria).

¿Cómo podéis haceros llamar “monseñor”, mi señor? Me aterra la lucidez que os ha sorbido esa aduladora vanagloria con la que vivís. "¡No os es lícito!" (Mt 14,4).
Me duele hasta el hondón del alma la ceguera a la que os ha reducido. Camináis ciegos y sordos bajo vuestras ilustrísimas, excelentísimas, reverendísimas y eminentísimas contradicciones. Cuanto más os encumbráis más lejos estáis de este Pueblo y de su Dios.



Habéis sido nombrados servidores para ayudar, no para vuestro propio medro y prestigio. "¿Cómo podéis creer, si sólo buscáis honores los unos de los otros, y no buscáis el honor que viene del Dios único?" (Jn 5,44).

Os vestís afeminadamente con llamativos colores, sedas, rasos, encajes y borlas. No me refiero a los ornamentos eucarísticos, que prestan un servicio cara al Pueblo, sino a los que usáis para vuestra pompa personal. Os encofráis la cabeza con arcaicos perifollos y os significáis bajo teatrales capas. Os ceñís fajines de generales y nobles, aceptáis reverencias ante vuestra pobre humanidad y no dais un paso sin vuestro maestro de ceremonias. ¿Es propia del reino de Dios tanta farándula?
"Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta pasearse con vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes" (Mc 12,38).

Os colgáis preciosos pectorales, como insignias o condecoraciones, pretendiendo que signifiquen vuestro cristianismo. ¿Se os ha olvidado cómo era la Cruz del martirio del Señor? ¡Madera de la más basta! ¿Por qué no vemos sobre vuestro pecho -y no sobre hartas barrigas- una sencilla cruz de madera con la silueta del Crucificado grabada a fuego? Eso sí lo entenderíamos. ¿Es poco para vosotros? ¿Tan cogidos os tiene la pecadora ostentación?
Qué buen ejemplo daríais a muchos católicos que pervierten la cruz en presuntuosa joya de lujo; a muchas religiosas que trocaron la cruz por inexpresivos colgantes; a muchos sacerdotes que, abandonando todo signo de su misión, se ocultan bajo mundanas corbatas o se aderezan con anillos y pendientes. De tal palo, tal astilla.
Vuestras manos han sido consagradas para bendecir, ayudar, perdonar y guiar. Pero vosotros las habéis paganizado con grandes anillos. ¿No os importa nada escandalizar? "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una rueda de molino y lo tiraran al mar" (Mc 9,42).



"Hacen todas sus obras para que los vean los demás. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto" (Mt 23,5). "¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres! ¡No entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren!" (Mt 23,13).
Por si todo eso fuera poco habitáis en palacios, usáis blasones nobiliarios, os hacéis pintar grandes retratos para memoria de los años venideros. ¿Memoria de qué? ¿De vuestro amancebamiento con el poder, el lujo, la fama, la imagen, la ostentación y la vanidad del mundo?
"Por los frutos les conoceréis" (Mt 7,16). Habéis elegido, como signos de vuestra dignidad, la exhibición de vuestra indignidad cristiana porque os habéis rodeado de signos paganos. ¿No es eso lo que se aprecia, a simple vista, sólo con observar cómo os presentáis ante la Iglesia? "Vosotros sois los que os las dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse entre los hombres le repugna a Dios" (Lc 16,15).
Sé que en los últimos años os habéis simplificado, pero "os falta un largo camino" (1Re 19,7). Sé que sois “creyentes”, algunos incluso "fervorosos creyentes", pero no resultáis “creíbles” porque os falta coherencia.
Me duele tener que deciros todo esto. Siento una terrible vergüenza porque un pecador no es el indicado. Pero no tengo más remedio que expulsar esta profecía que me lleva corroyendo las entrañas mucho, muchísimo tiempo… ¡Daría por vosotros la vida! Pero no puedo silenciar la contaminación mundana que os rodea.
"Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento. Mi conciencia, bajo la acción del Espíritu Santo, me asegura que digo la verdad. Tengo una tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor" (Rom 9,1).
Tengo la esperanza de que, alguna vez, cuando os arrodilléis a orar ante una talla del Crucificado, os fijéis bien en el vestido que arropa su dignidad, en los rubíes que adornan sus manos, en su corona de Rey, en la magnífica sede magisterial desde la que enseña. Espero, tengo la esperanza, de que esa visión sea el comienzo de vuestra liberación.
Hoy os ruego que meditéis sólo sobre vuestros signos externos, lo que se ve, lo que os desprestigia y os ata. No me siento con fuerza para hablar de vuestro autoritarismo o de vuestra afición a arrancar supuestas cizañas sin esperar a la siega, en contra del mandato evangélico: "¡No! No sea que al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo" (Mt 13,29).
Tampoco quiero extenderme con vuestro protagonismo, con vuestra creencia de que sois los garantes de la Iglesia, es más, de que sois "La Iglesia". ¿Se os olvidó que quien dirige y garantiza es el Espíritu Santo? ¿Por qué no lo veis caminando entre el Pueblo?
Habéis institucionalizado vuestros escándalos, por eso no los veis. Todo lo justificáis bajo un burdo disfraz: la sacralización. Esa capacidad que os arrogáis para convertir en sagrado lo profano o inmoral. Habéis llegado a sacralizar y santificar el oro, la plata, las joyas, las piedras preciosas, el arte profano, es decir, la riqueza mundana. Convertís el oro en “oro del templo” y todos justificados. Habéis promocionado su uso, acumulación y exhibición como signos de religiosidad. Coronáis y enjoyáis imágenes, construís riquísimas custodias, coleccionáis valiosos cálices, copas, relicarios, etc. ¿De verdad creéis que el Señor se encuentra cómodo entre tanta brillante riqueza?

Decís: “para el culto a Dios lo mejor, lo más valioso”. ¿De verdad pensáis que lo más valioso es la riqueza material? ¿Qué haremos entonces los que, como vuestros predecesores Pedro y Juan, "no tenemos oro ni plata" (He 3,6)?
Habéis sustituido los “novillos cebados” por lujos y objetos preciosos. ¿Eso le agrada al Señor? "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cant 8,7).
¿Se os olvidó que el verdadero culto a Dios está unido a la misericordia? "Cuando lo hicisteis con alguno de éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40). "Porque yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos" (Os 6,6).
Incluso habéis creado museos para exhibir la historia de vuestras riquezas, algunas muy antiguas, como antigua es vuestra ceguera. El otro día me hirió de repente una visión aberrante: un famoso Nazareno con corona de espinas… ¡de oro! ¡Qué corrupción tan infame de la religión!

- "Si me ofrecéis holocaustos y ofrendas, no los aceptaré; no me digno mirar el sacrificio de vuestros novillos cebados… Quiero que el derecho fluya como el agua y la justicia como torrente perenne" (Am 5,22).

- "Escuchad mi voz, y yo seré entonces vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid cabalmente el camino que os he prescrito para vuestra felicidad" (Jr 7,22).

- "Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego" (Sant 5,2).

Mientras tanto, muchos hermanos nuestros suplican medicinas, pan, escuelas, iglesias, catequesis, tantas y tantas cosas muchísimo más importantes que la riqueza que atesoráis en museos y sacristías. "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socaban y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socaban ni roban" (Mt 6,19).
"Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres… después ven y sígueme" (Mt 19,21). ¿No fue eso lo que os dijo al principio, cuando os miró y llamó con tanto amor? ¡Volved al desierto "donde os hablaré al corazón, como en los días de juventud"¡ (Os 2,16).
No es que los tiempos estén en vuestra contra, ni que haya católicos lenguaraces que os abominan. Es que vosotros mismos os habéis desprestigiado, os habéis convertido en sonrojo para los de dentro y en irrisión para los de fuera. Es que vuestro escándalo clama al cielo y el Pueblo no cesa de llorar por vosotros y por vuestra amnesia: "el dios del mundo éste les ha cegado la mente y no distinguen el resplandor de la buena noticia del Mesías glorioso, imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús" (2Cor 4,4).
¡Desnudaos, sumergíos en el Evangelio, volved al corazón de la Iglesia! "Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5).
Empezad por los signos y atributos, no os dejéis engañar. ¡Volved, volved y caminaremos juntos hacia la evangelización de nuestra Iglesia! No cerremos los oídos a la dulce voz: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a Mí!" (Cant 2,10). ¡Volved y podréis vivir con gozo vuestra misión de santificar, enseñar y gobernar en medio del Pueblo!
Hace poco Benedicto XVI, citando a san Juan Leonardi, dijo textualmente: "La renovación de la Iglesia debe comenzar en quien manda y extenderse al resto". ¿A qué estáis esperando?
¡No me lo digáis! Lo sé, lo sé... "Todo tú eres pecado desde que naciste, y ¿nos enseñas a nosotros?" (Jn 9,34). ¡Tenéis razón! Por eso necesito vuestra ayuda, vuestro ejemplo, vuestro caminar delante. ¡Ayudadme, por favor, ayudadme! ¡No me dejéis cargado con mis pecados y los vuestros!

Jairo del Agua en www.feadulta.com

viernes, 27 de noviembre de 2009

ANTE EL NOMBRAMIENTO DEL NUEVO OBISPO

A la Comunidad Cristiana de Gipuzkoa

Tras una larga y penosa espera, no exenta de rumores e indebidas filtraciones, hemos recibido la noticia del nombramiento de D. José Ignacio Munilla Aguirre como Obispo de la Diócesis de San Sebastián.

Ante este nombramiento y conocedores del profundo malestar e indignación que por este hecho existe en amplios sectores de nuestra Comunidad Cristiana, queremos compartir una reflexión, que quiere ser serena y objetiva, con nuestros hermanos y hermanas en la fe; sobre todo, con aquellos que puedan sentirse, por su compromiso eclesial, más afectados y entristecidos

Nuestra realidad diocesana: la Iglesia de Gipuzkoa, una comunidad viva al servicio de un pueblo vivo. A la luz del «acontecimiento providencial» (Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, n. 18) que fue el Concilio Vaticano II, nuestra Diócesis ha vivido una rica y laboriosa experiencia de renovación de la vida cristiana, eclesial y pastoral a lo largo de estas décadas.

Nuestros Obispos, verdaderos Pastores, queriendo ser fieles a la realidad social y al Evangelio de Jesús, han marcado una trayectoria, acompañando las alegrías, tristezas y esperanzas de nuestro pueblo.

Un pueblo que, ante el doloroso problema de la violencia, busca la paz y la reconciliación; intenta defender su propia personalidad asumiendo la pluralidad de esta sociedad; quiere salvar su condición bilingüe; se esfuerza por la integración de la inmigración; ante la crisis económica que nos afecta vive una actitud, humilde pero real, de generosidad y solidaridad; un pueblo que se ha visto, además, afectado por la secularización y la increencia, con las consiguientes dificultades de la comunidad diocesana para un anuncio del Evangelio en el mundo de los jóvenes y para suscitar y acompañar procesos vocacionales.

Queriendo responder a esta realidad, nuestra Iglesia, con sus luces y sombras, ha buscado ofrecer su acogida y cercanía a esta sociedad, y ha tratado de asumir sus carencias y afrontar honestamente sus preocupaciones. Ha configurado un modelo de Iglesia que queda plasmado en el documento «Una Iglesia al servicio del Evangelio» que, con sus límites, expresa un estilo evangelizador que recoge la ilusión y el dinamismo de una Comunidad viva, que quiere caminar «dejándose renovar por el Espíritu, siendo acogedora y cercana, estando junto a los que sufren, trabajando por la paz y en comunión fraterna».

Impulsada por el espíritu del mencionado documento, se han ido renovando las estructuras, con una amplia participación de laicos y laicas, religiosos y religiosas, y sacerdotes, para potenciar la evangelización y la corresponsabilidad: Unidades Pastorales con sus equipos ministeriales, presencia de la mujer en responsabilidades eclesiales, creación de grupos de lectura creyente de la Palabra, grupos de oración, iniciativas para impulsar la reconciliación, desarrollo de la pastoral socio-caritativa y compromiso de los laicos en la vida social.

En este momento de la vida de la Diócesis y desde una visión de Iglesia en la línea del Vaticano II era de esperar:

Un modo de actuar más veraz y evangélico en el nombramiento del nuevo Obispo.

En el actual estado de cosas, es el Papa, como garante de la comunión y de la unidad eclesial, el responsable último de los nombramientos episcopales. Pero entendemos que el proceso seguido ha carecido de transparencia y verdad. Sospechamos que este nombramiento estaba previa y estratégicamente diseñado, sin tener en cuenta a nuestra Comunidad Diocesana, adulta y comprometida, a la hora de recabar, acoger y valorar los datos para un mejor discernimiento. Nos sentimos minusvalorados, engañados y tratados como menores de edad. Este modo de actuación ha ocasionado no solo preocupación, sino un profundo dolor e indignación, cuando realizado de una manera más evangélica podía haber sido un momento de «gracia» para nuestra comunidad cristiana.

Otro perfil de Obispo. No podemos sino expresar la desazón porque haya sido nombrada una persona que en el tiempo que vivió y desarrolló su ministerio pastoral entre nosotros, mostró una desafección manifiesta hacia las líneas pastorales diocesanas. Además, es percibido por muchas personas, como alguien que va a cambiar el rumbo de nuestra Diócesis, expresado en el documento «Una Iglesia al servicio del Evangelio» viniendo a resultar un verdadero freno y una desautorización de esta experiencia de renovación eclesial, especialmente para los cristianos más comprometidos.

Aunque nuestra confianza en la Jerarquía de la Iglesia ha sido seriamente herida, queremos seguir confiando y esperamos que el nuevo Obispo procure ser un Pastor al servicio de toda la Comunidad Cristiana de Gipuzkoa; promueva la participación y la corresponsabilidad eclesial; respete y asuma la trayectoria y orientación de nuestra Diócesis; y no se precipite en tomar decisiones que creen mayor división y desafección en una comunión ya deteriorada.

Asimismo, llamamos a los cristianos y cristianas de Gipuzkoa a acoger con responsabilidad al nuevo Obispo, en una actitud de crítica constructiva y fraterna, procurando mantener nuestra vinculación afectiva y efectiva con nuestras comunidades cristianas, sin alejarnos de ellas, impulsando con una fidelidad creativa los rasgos eclesiales plasmados en el documento «Una Iglesia al servicio del Evangelio».

Concluimos con dos citas significativas para la cuestión que afecta a nuestra Diócesis y al nombramiento del Obispo.

La primera, que nos remonta al siglo V, es una manifestación del Papa San León Magno, quien afirmó que «el que debe ser puesto a la cabeza de todos, debe ser elegido por todos».

La segunda se refiere a un texto del Episcopado de Austria, en una carta pastoral a los fieles, con ocasión del nombramiento de un Obispo en la Diócesis de Linz en febrero de 2009: «Los fieles están legítimamente preocupados de que el proceso de búsqueda de candidatos, el examen de las propuestas y las decisiones finales sean llevadas a cabo cuidadosamente y con toda la delicadeza pastoral que sea posible. Esto puede asegurar que los Obispos sean nombrados “no contra, sino para una Iglesia local”».

22 de noviembre de 2009
(Tomado de www.feadulta.com)


Para firmar la reflexión: www.donostiakogotzainberria.org

domingo, 22 de noviembre de 2009

JESÚS, REY ATÍPICO

Rey, apenas hay otra palabra menos apropiada para Jesús.

Un rey que toca leprosos, que prefiere la gente normal a los poderosos del pueblo.

Un rey que lava los pies de los suyos, un rey que no tiene dinero y que no puede defenderse.

Jesús crucificado es un extraño rey: su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está desnudo. No tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!

Reino. Y ya que hablamos del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios, del reinado de Dios.

Un reinado en que los últimos del mundo son los primeros.

Un reinado que prefiere a los publicanos y a las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los puros fariseos.

Un reinado sin tronos, sin palacio, sin ejército, sin poder.

Un reinado de viudas pobres, que echan dos céntimos de limosna.

Un reinado de samaritanos, que cuidan a un herido.

Un reinado en que son preferidos los sencillos como niños.

Un reinado de gente pobre, que sabe sufrir, de corazón limpio, comprometida con la justicia. ¡Menudo reino!

Pero, pensará alguno que esto es provisional. Dios reinará, Cristo reinará, vendrá un día en que aparecerá en los cielos vestido de majestad, y todas las naciones, todos los hombres y mujeres del mundo y de la historia caerán de bruces ante su Majestad, y entonces veremos que es rey.

Pues no, Dios no reina así, apabullando enemigos. El reino de Dios no se parece en nada a los de la tierra, que imponen desde fuera y matan para imponerse.

Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina desde el amor.

“Reinar”. En nuestro mundo reina el terror, reina la miseria, reina la explotación, reina la venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia.

Cuando en nuestro mundo reine la confianza mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya analfabetos, cuando los negocios sean honrados, cuando nos contentemos con menos… entonces podremos empezar a hablar de que Dios reina. Desde dentro, desde la humanización de los corazones.

¿Reinará Dios alguna vez? Tenemos la tentación de pensar que no. La violencia y la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad y la austeridad. Eso es una tentación.

Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del Espíritu, del Viento de Dios.

Y entretanto, tú y yo nos enfrentamos a una invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a construir el reino?

Jesús, rey atípico. Es tan especial que nosotros también corremos el peligro de no entender nada. Y ¿cómo es este rey tan original?

Jesús reina entregando su vida. Los reyes de este mundo viven a cuenta de sus súbditos. Jesús no se les parece en nada a estos reyes.

Jesús reina perdonando, amando, desde una situación de humillación e impotencia. Se nos dice dónde y cómo gana Jesús este título de rey: en la entrega de su vida hasta la muerte.

Su señorío es de amor incondicional, de compromiso con los pobres, de libertad y justicia, de solidaridad y de misericordia. Desde ahí, Jesús unifica lo visible y lo invisible y abraza todo el cosmos.

Pedro Olalde (www.feadulta.com)

jueves, 19 de noviembre de 2009

EL EVANGELIO ENTERO POR FAVOR

Sr. Portavoz de los Obispos,

Hago lo posible por objetivar las advertencias morales del Padre Camino, Obispo-portavoz de la CEE, y eso se traduce en tratar de entenderlas en su significado preciso. Es decir, si con el Catecismo de la Iglesia Católica en una mano, y el Código de Derecho Canónico en la otra, ha dicho algo inconveniente.



Sustancialmente tengo que reconocer que se atiene a esas “fuentes” de la “doctrina” católica. Ya sé que usted y usted dará por bueno este proceder intelectual y magisterial, y que usted y usted, pensará como yo, que es de una pobreza extrema esta manera de ejercer el ministerio de enseñanza episcopal.



Pero, nobleza obliga, es legítimo y puede en conciencia sentirse obligado a preferirlo en casos extremos. El problema es que si se prefiere siempre y sistemáticamente, sin distinguir casos y casos, a lo mejor los demás tenemos dudas de que esa enseñanza moral haga el debido esfuerzo de discernimiento que como adultos nos corresponde. Vamos, que nos trata como a menores de edad en la fe y en la doctrina.



No creo que sea el momento del nominalismo, es decir, de la lucha por las palabras, sobre si Camino ha utilizado bien los conceptos “pecador público”, “herejía” y “excomunión”, al referirse a los políticos católicos y su posible apoyo a “la ley Zapatero” sobre el aborto. Me importa mucho más el hecho en sí y el significado que tiene para la presencia evangelizadora de la Iglesia española en su sociedad.



Y cuál es este significado, a mi juicio. Negativo, fundamentalmente negativo. La Iglesia puede decir esto sobre los políticos y el aborto, desde luego que sí. Pero mejor que lo diga la Iglesia Católica, y que los católicos veamos ese discernimiento común y bien respaldado de los Obispos.



La colegialidad episcopal es evangelizadora más que cualquier palabra en cuestiones vitales. No uno de ellos y con el respaldo que se le supone. Hay que escenificar bien la eclesialidad del discernimiento. Este solitarismo de la “portavocía” episcopal no es de recibo en una sociedad de católicos mayores de edad. Tanta verdad doctrinal, moral y, “política”, para uno solo, resulta chocante e indigesta.



Pero hay otra razón que voy a considerar, además del discernimiento sin sujeto colegial claro. Una voz profética desde la Iglesia tiene que crecer en legitimidad porque se implica a fondo con el ser humano en sus causas más injustas. En todas, dentro de lo humanamente posible.



No sólo cuando está en juego la vida del no nacido y del anciano desvalido, sino también cuando la riqueza de unos acapara medios sin cuento, mientras otros, miles y miles de personas, van a morir de hambre sin remedio o a vivir con total indignidad.



No se puede uno fotografiar hoy con los 35 representantes de las empresas del IBEX, para que nos financien la JMJ del 2011, movernos en los círculos culturales más conservadores y elitistas de la sociedad española en cuanto a la estructura social y educativa, sostener unos medios de comunicación claramente neoliberales, ocultarse a la sombra de Cáritas en cuanto a qué decir y hacer ante la crisis económica, mostrarse doctrinalmente posibilistas en cuanto a la resolución de los dramas de la humanidad en comida, agua, salud y educación, y pretender que la sociedad nos crea sin reservas el día que nos ponemos serios y directos ante el aborto.



No se puede ser selectivos al postular las exigencias morales de la dignidad humana en la vida social y al hacer memoria moral de las Bienaventuranzas.



No me considero elegido para tomar la palabra en nombre de nadie en la Iglesia, pero tienen que resonar voces de cristianos que denuncien cuán selectivos somos al tratar las injusticias. Éste es un momento que obliga a rectificar. El Evangelio entero, por favor.


José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete

Profesor de Moral Social Cristiana Vitoria-Gasteiz
En www.feadulta.com

domingo, 15 de noviembre de 2009

Carta al viento: NO CREO EN ESA IGLESIA

sábado 14 de noviembre de 2009

Hace unos días participé en un debate sobre la Iglesia en una emisora de radio. No imaginan ustedes la cantidad de reproches que tuve que escuchar contra la Iglesia. Críticas muy duras a una Iglesia que, los contertulios, consideran rica, intransigente y autoritaria. Pero en un momento quedaron sorprendidos cuando afirmé que tampoco yo aceptaba ni creía en esa Iglesia. Claro que no acepto una Iglesia alejada de los problemas del mundo, indiferente a la situación de los pobres. Claro que rechazo una iglesia llena de riquezas y de lujos. No, no quiero ni creo en esa Iglesia. Pero esa no es mi Iglesia. Esa es una simple caricatura que no se corresponde con la realidad.
La verdadera Iglesia, la que yo conozco, la podemos encontrar y vivir en nuestra Diócesis, en nuestras islas. Con muchos defectos, sí. Pero con muchísimos más valores. Veo entre nosotros una iglesia que reconoce su debilidad y sus miserias. Una Iglesia formada no por curas y monjas sino por una inmensa cantidad de hombres y mujeres que intentan darle vida al evangelio de Jesús. Veo la Iglesia en ese montón de personas que, a través de Caritas, Proyecto Hombre o Villa Teresita, intentan dar respuesta a las situaciones de pobreza, droga o prostitución. Creo en esta Iglesia. Y creo en la Iglesia que está presente, con discreción, en las cárceles y en los hospitales con un mensaje de esperanza. Creo en la Iglesia que tiene presencia en la Ciudad San Juan de Dios, en la obra Social del Hermano Jesús, y en los comedores sociales. Creo en la Iglesia que, porque se considera débil, pone su confianza en Dios y se hace oración en casi todos los pueblos y barrios de nuestras islas con la eucaristía, el rezo del rosario, o la constante plegaria de miles de personas en sus hogares, o en los monasterios de vida contemplativa de Telde, Teror, Los Hoyos o Santa Brígida.
Me entusiasma esat iglesia que dialoga en la base de cada parroquia, aunque haya excepciones, con los niños, con los jóvenes y con los mayores. Creo en la Iglesia que escucha, anima y aconseja gratuitamente a través del confesionario, del acompañamiento espiritual o el diálogo cercano y familiar. Y admiro a esta Iglesia que no aporta el 0,7 para los pueblos empobrecidos sino más del 2 y el 3 por ciento de su presupuesto. Creo en esta Iglesia de nuestra Diócesis que, aunque con pocos medios, comparte también con otros hermanos que están peor que nosotros. Comparte su dinero y hasta un selecto de número de seglares, sacerdotes y religiosas que, en nombre de la diócesis, están trabajando humanitariamente en Mozambique, Malawi, Nicaragua, Colombia y otros países.
Esta es la Iglesia que quiero y conozco. La otra Iglesia, la que constantemente y con tanto desconocimiento se critica en la televisión o en las tertulias, ni la quiero ni, gracias a Dios, la veo tan representada en la realidad. Y mi rechazo más contundente para ella. Para la Iglesia de nuestra Diócesis, a pesar de sus limitaciones, todo mi afecto y mi apoyo.
Publicado por

Jesús Vega Mesa en: http://parroquiasdearinaga.blogspot.com/2009/11/carta-al-viento-no-creo-en-esa-iglesia.html